23.4.10

El tiempo habitaba en mí como en un hotel de puertas abiertas, siempre presto a escapar, a escurrirse. Mientras yo me mantenía ahí, lívida e imperturbable, y ella se elevaba en el cielo, lenta, dulce y silenciosa...

10.4.10

Amén

Ya no estoy cansada: me siento feliz y tranquila. Ahora ya no hay más llantos, y aunque tampoco haya risas, estoy feliz.
Hoy llevo una guirnalda de flores en la cabeza. Hoy estoy muerta. Desperté sin ganas de luchar, y me dejé ir como en un mar calmo y pausado.
No sentí frío, no lloré, no me dolió. Tampoco pensé. Nunca pensé que tantas personas vendrían a mi entierro. Veía desfilar sus rostros pálidos y tristes frente a mí, veía desfilar lágrimas delante de sus ojos. Los veía dejar rosas frente a mi tumba, los escuchaba hablándome.
El cielo también lloraba. Así lo soñé, y así sucedió: un entierro, una tarde de otoño y una brisa invernal.

2.4.10

Suicidio (im)perfecto

(...)

Tres cajas de comprimidos y una cuchilla de afeitar serían suficientes: Los tomó prestados aún sabiendo que nunca tendría tiempo de devolverlos; aunque nadie los iba a extrañar, ni a los comprimidos, ni a la cuchilla y ni siquiera a ella.
Volvió a su habitación, tomó la cuchilla entre sus dedos y dejó que aquella sustancia fría recorra todo su antebrazo. Apenas sintió un ligero ardor y un escalofrío recorrió su cuerpo. Necesitaba más, aquello no era suficiente.

Repitió la operación una y otra vez hasta que finalmente vio salir la sangre a borbotones: El dolor que sentía en su corazón era más fuerte que el de aquel metal recorriendo su piel. Necesitaba acabar con todo, incluso si el precio fueran las lágrimas de sus seres queridos y la decepción de sus padres al saber que su única hija se había convertido en un desastre para la humanidad, y era una cobarde por no poder afrontar la poca responsabilidad que tenía: Nadie nunca intentó entenderla, nadie comprendió que su “poca” responsabilidad pesaba mas que el plomo en su conciencia, y en lo poco que quedaba de su alma. Nadie supo escuchar sus gritos en silencio pidiendo ayuda, pidiendo salir de ese mundo en tinieblas en que se hallaba sumergida.
Fue entonces que dio la estocada final, resolvió tomar los comprimidos uno a uno: solo así sentiría el dolor de su agonía, y la satisfacción de saberse liberada del dolor; tendría tiempo suficiente para saber que se iba a marchar de este mundo, y tal vez, tiempo para dar el ultimo adiós a aquellas personas que alguna vez fingieron preocuparse por ella. Irónicamente, sentía afecto por ellas.